Toda actividad humana está impulsada por la aspiración natural del ser humano a alcanzar la felicidad. Considerada condición necesaria y suficiente para una vida satisfactoria, la felicidad es un deseo absoluto, un bien insuperable, un bien último, un fin perfecto. La felicidad sólo puede ser el único bien que se busca por sí mismo, y no por ningún otro bien. Es en sí misma el bien supremo. La felicidad es el bien soberano que no necesita de nada para ser completo, porque es enteramente autosuficiente y se adquiere mediante el ejercicio de la actividad que mejor expresa la esencia del hombre. Lejos de ser un espejismo o una ilusión, el Bien Soberano al que todo ser humano aspira profundamente es la esencia misma del ser humano. Por su propia naturaleza, el hombre está imbuido de felicidad. De hecho, las acciones del hombre pueden entenderse por el profundo anhelo de felicidad que habita en su corazón. El propio Aristóteles considera que el hecho de que todo ser humano aspire a la felicidad es una garantía de que la felicidad no es un ideal elevado fuera del alcance humano. De hecho, el único propósito de toda acción humana es la felicidad. En resumen, la felicidad no es sólo el objetivo de todas nuestras acciones, sino también el objetivo de todas nuestras vidas.
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