La Revolución Rusa es un acontecimiento histórico del cual nos separan no solo 85 años, si no también numerosas derrotas de la Clase Obrera, de los oprimidos, una creciente desconfianza en la capacidad de los trabajadores de transformar el mundo, y aun más, una fuerte crisis de identidad de clase que provoca un expandido fenómeno de extrañamiento y ajenidad con la más grande experiencia revolucionaria del siglo XX. Nosotros no estamos ajenos a esta realidad, pero la vivimos más bien como una tensión contradictoria en tanto sentimos y entendemos la necesidad de recuperar aquella experiencia para nuestra clase. Esta necesidad se ve reforzada en la notoria incapacidad de acercarse a ella en forma científica y comprensiva (sin abandonar un punto de vista de clase) por parte de los escasos análisis que se hacen hoy en día, que recaen en balances apologéticos en unos casos, o de rechazo unilateral en los otros, rechazo que concluye en que toda revolución, en última instancia, acabará burocratizándose y rehabilitando una nueva dominación.