La vida de los mortales es breve, sólo un abrir y cerrar de ojos para mí, cuya existencia se extiende por eones. Así como las estrellas se iluminan y se apagan en el vasto cielo nocturno, los mortales nacen y mueren, convirtiéndose en polvo de estrellas. Antes de que apareciera la luz, ya estaba en la oscuridad que envolvía el cosmos. La oscuridad no es una simple ausencia de iluminación, es el origen primordial de la propia luz. A lo largo de los tiempos, he sido conocido por muchos nombres: Devorador de Mundos, Caos, Destructor. Me he vuelto corpóreo en diferentes formas, vagando por tierras desconocidas, cargando con la maldición impuesta por mis temidas habilidades. Mi viaje, sin embargo, nunca fue de redención o de autoconocimiento. Siempre busco nuevas conquistas, mundos arcanos bajo mi dominio. Sin embargo, de todos los universos que he dominado, ninguno desafió tanto mi poder como NightGlen. En la serena NightGlen, donde la naturaleza respira en armoniosa quietud, traté de dominar este mundo mágico con mi astucia y fuerza. Debes saber que en este lugar de luz y oscuridad, encontré un oponente igual a mí, un titán de sombras feroz e implacable, que no se redujo a polvo bajo mi presencia. Sí, se le podría llamar un dios arcano, aunque tal concepto es insignificante comparado con mi naturaleza. Recuerdo bien la batalla épica contra Darkthorn, la más monumental de toda mi existencia...
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