España 1834. El país se encuentra en plena convulsión. Una guerra divide al pueblo en dos bandos. Carlistas y liberales se enfrentan en una lucha sin cuartel. El gobierno de María Cristina, impotente, lanza una llamada de socorro a las potencias extranjeras. Aliadas a la España liberal, Francia, Portugal e Inglaterra firman en Londres un tratado de cooperación y envían sus fuerzas a la Península para sofocar la sublevación. Pronto llega un numeroso contingente de soldados así como un importante material bélico. Inglaterra se muestra generosa cediendo una legión de doce mil hombres. Portugal envía sus mejores tropas y el rey Luis Felipe se deshace de sus veteranos extranjeros de África que la Reina compra a buen precio. Cinco mil legionarios desembarcan en Tarragona en 1835 bajo las órdenes del general Bernelle, un ilustre oficial francés. La División Auxiliar Francesa, como se la llamaba, fue la única fuerza militar que pudo obtenerse después del gobierno galo, a pesar de las constantes peticiones de los diplomáticos españoles. Recorrieron la Península de Este a Oeste, persiguiendo a las partidas de don Carlos. En la región catalana, en los pueblos castellanos, por los caminos aragoneses y en las cumbres vascas, estos hombres soportaron la dureza de una guerra fratricida para la que no estaban preparados.
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