Los avances en la ciencia han matado al Superman y junto con él, el ateísmo ha muerto como una filosofía viable. Esto lleva a una confrontación de la filosofía del Lejano Oriente con la de Occidente. De este encuentro se desprende una solución al problema mente-cuerpo. Y en el análisis final, el ateo se ve obligado a conceder al teólogo la legitimidad de las especulaciones filosóficas sobre la existencia de otros mundos y de un poder omnipotente en el cosmos. Un anexo ofrece evidencia de la historia de que Dios no es un racista.
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