El presente texto sugiere cómo cada sistema político presenta una concepción diferente del Estado que puede reducirse, en términos prácticos, a su ``personalidad``. Algunos Estados son humanos y, por tanto, están habitados por un censor continuo, mientras que otros son inhumanos y, en consecuencia, están deshabitados por un propietario perpetuo. Podemos deducir desde este punto de vista que ciertos Estados son personajes humanos concretos mientras que otros son objetos. Un Estado que se distingue por una naturaleza inhumana representa un medio para un fin; en otras palabras, es un dispositivo político que necesita ser personificado por personajes humanos externos. Un Estado marcado por una naturaleza humana es un fin en sí mismo; es el caso del sistema político monárquico donde el Estado trasciende una mera identidad material por su primigenia y continua aceptación humana. Un objeto no puede sostenerse y protegerse a sí mismo mientras que un personaje humano es dueño de su existencia gozando de un grado inherente de independencia. Uno de los objetivos del libro es poner en relación la naturaleza inanimada e indefensa del Estado inhumano con el auge de las llamadas poliarquías, fenómeno que afecta profundamente a nuestras democracias actuales.
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