Transitamos en medio de una sociedad profundamente inequitativa, profundamente injusta. Transitamos un tiempo en el que el mundo yace subordinado a un sistema que nos mantiene lejos de nuestras mentes, de nuestros cuerpos, de nuestro entorno y de nosotros/as mismos/as. Transitamos un tiempo de coyuntura en el que la resistencia se hace necesaria para tratar de rescatar ese mundo que nos pertenece y que nos ha sido arrebatado; tiempo en el que debemos pensar qué es lo que queremos, qué es lo que necesitamos, cómo y hacia donde debemos caminar. Y para empezar a trazar ese camino, es importante reconocer en primer lugar que la razón de esa profunda injusticia, aquella que se refiere a la desigualdad de condiciones que existe entre los sexos, las etnias y las clases sociales, no es por un diferencial de acceso a condiciones de desarrollo óptimas, sino consecuencia de un acceso que es inversamente proporcional, en el que los beneficios que obtiene un solo sexo, una sola etnia y un solo grupo social se generan con base en el sojuzgamiento que se hace del otro sexo, de las otras etnias y de los otros grupos sociales.