¿Cómo construir, a través del medio cinematográfico, una historia antigua sin devolverla? Una pregunta grotesca, sin duda, pero al mismo tiempo pertinente, cuando nos enfrentamos a la obra fílmica de Marguerite Duras: India Song, una producción de 1974, la más ficticia, quizás la más espléndida de las experimentaciones cinematográficas de la escritora. Con sus características inherentes de bifurcación entre el sonido narrativo y lo visual "esquematizado", entre la "facticidad" de las figuras y el dinamismo circundante, o entre la autonomía somnolienta y la tendencia virtual de la diacronicidad, la película propone un "memento" propiamente afectivo, en el que se condensan, en imágenes cristalinas, las preocupaciones novelísticas de la escritora de los años setenta: el deseo y la locura, el vacío itinerante, el estancamiento y el oscurecimiento de la causalidad. Más que una filmación "reflexiva", esta estructuración esférica de la trascendencia y la sensibilidad invita a los aficionados a la estética no tanto a cuestionarla como a mezclar perspectivas narrativas destinadas a meditar sobre la experiencia de un desapego existencial.
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