La pregunta por el sentido de la vida se ha planteado a lo largo de la historia del pensamiento humano de múltiples y muy variadas formas. Basta con echar un vistazo a la Historia de la Filosofía para ver toda esa gama de matices con las que cada filósofo ha tratado de penetrar en la comprensión del misterio de la vida. Sin embargo, dentro de esa maraña y amalgama de planteamientos se ha ido perfilando siempre el mismo contenido básico que la tradición ha venido a identificar con el carácter sapiencial de la Filosofía. Busca indagar racionalmente sobre las cuestiones últimas que dotan de finalidad y significado el hecho de vivir. Todo hombre desea naturalmente saber y no de cualquier modo sino a través de sus causas últimas o primeras, pues el fin es lo primero en el orden de la intención. Este fue el impulso inicial que le llevó a surgir en la Grecia arcaica del s. VI a.C. y éste será el faro que nos indique y evidencie su ocaso, en el supuesto caso de que se generalice su ausencia. La posmodernidad supone un formidable reto a la pregunta por la cuestión del sentido de la vida: la considera una pregunta ¿sin sentidö que no debe ni siquiera de plantearse.