En el medio del grito desesperado de Natalie, Abel pone su mano derecha en su costado, casi por instinto de querer tapar la herida o sanar su dolor. Ella observa como su camisa se teñía de rojo oscuro y, el ver como los ojos de aquel joven se apagaban, aumentó su desesperación. Un grito y un llanto se apoderaron de ella.
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