El cristianismo tiene la tarea de anunciar, de palabra y de obra, el comienzo de la liberación de las innumerables formas de esclavitud que deshumanizan a la creación de Dios. La revelación de Dios en y a través de Jesús de Nazaret, crucificado pero resucitado, nos llama a ser todo aquello para lo que fuimos creados. La persona que participa en el amor de Dios revelado en y a través de Jesucristo se convierte en aquello para lo que fue creada: la imagen de Dios, al igual que Jesús es el icono de Dios. La historia de Jesús muestra que esto costará nada menos que todo. Pero la respuesta de Dios a la historia de Jesús es igual de intensa: la muerte y el pecado han sido vencidos de una vez por todas [...] el poder de destrucción sigue en nuestras manos; la historia de Adán sigue con nosotros. Pero el don de la obediencia a Cristo ofrece al mundo la esperanza de una transformación, liberándolo de la Ley para una unión fecunda con Cristo (Rm 7,1-6). La vida bajo la Ley hace imposible la verdadera libertad (Ro 7:7-25), mientras que la vida en el Espíritu Santo hace posible una libertad que procede del don gratuito de Dios (Ro 8:1-13). COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE LA TEOLOGÍA DE LA REDENCIÓN, 1995, nº 14-15.
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