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El Estado moderno se presenta muy a menudo como el instrumento que permite a los hombres salir de la barbarie, del salvajismo. En esta lógica, Hegel considera que el Estado moderno es racional en sí mismo. Pero esta visión hegeliana fue rápidamente cuestionada por Nietzsche (1844-1900). Denunció la naturaleza monstruosa de esta institución moderna. Esta monstruosidad consiste en extinguir la voluntad de poder del hombre. Así, el hombre pierde su vitalidad natural convirtiéndose en un ser débil y mediocre. Ya no puede hacerse valer. Esta debilidad lo convierte en un esclavo al servicio del monstruo del Estado. Al atacar al Estado moderno, Nietzsche revela el carácter mediocre de la civilización moderna. En lugar de pretender hacer del hombre un superhombre, sólo lo ha mantenido en el estadio del último hombre. Este último, enmudecido por las mentiras de la modernidad estatal, se convierte en un adorador de ídolos con pies de barro. A través de su filosofía de la voluntad de poder, Nietzsche busca curar al hombre enfermo. Esta curación implica primero el derrocamiento de los falsos valores fabricados por el Estado moderno. Entonces, para su felicidad, el hombre debe hacer valer su voluntad de poder.