Marco Aguilar Sanabria / Turrialba, Costa Rica, julio de 2018.Luis Rodríguez suena su caracol y todos lo seguimos hacia la selva antigua que huele a monos aulladores, al jaguar que es apenas una sombra, una alucinación, lo mismo que el Rey Lapa.Aprendemos que el río choca con las piedras y de esa manera las vocales dormidas debajo de ellas despiertan, bailan, cantan para la eternidad. Y convocados por su melodía, en esas aguas se reúnen el caimán con la danta, la serpiente y todos los animales, vigilados desde lo alto por el zopilote y algunas otras aves por si aparece el tigre. Las lapas son frutas que chillan en las ramas poderosas de la ceiba.Sorprendente libro este, novedoso desde la entrada hasta la salida, nos presenta una cosmovisión aguda y diferente, una iconografía que se nos esfuma con cada viejo cabécar que se muere. Y hay que leerlo rápidamente, no sea que El Ladrón de la Música aparezca de pronto y nos deje sin nada en las manos.
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