Daremos con el pensamiento un salto de sesenta leguas de distancia y de quince días de tiempo, y nos trasladamos a Calais hacia fines del mes de noviembre de 1557. No habían transcurrido veinticinco días desde la partida del vizconde de Exmés, cuando se presentó en las puertas de la plaza fuerte inglesa un mensajero suyo, que pidió ser conducido a presencia del gobernador lord Wentworth, a quien debía hacer entrega del rescate de su antiguo prisionero. Muy torpe o muy necio debía de ser el tal mensajero a juzgar por sus trazas y movimientos, porque, después de indicarle veinte veces el camino, otras tantas había pasado por delante de la puerta principal que le indicaban, y sin embargo, en vez de llamar en ella, iba como un idiota a aporrear poternas y puertas condenadas. Pero a bien que en el pecado de la torpeza llevó la penitencia, pues el gran imbécil dio tontamente la vuelta completa a los baluartes y fortificaciones del recinto exterior sin encontrar la puerta que buscaba.
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