El mundo está convulsionado. No se trata de una crisis más, sino de una crisis de naturaleza y de cultura, y por el mismo motivo una crisis antropológica de fundamentos y de valores. La incapacidad para procesar la crisis es proverbial, pues ni la población mundial, ni los pensadores, ni los políticos, parecen estar dispuestos a plantar la cara y a tratar de afrontar en profundidad y severamente la realidad sin miedos, como es y no como nos gustaría que fuese. Una rara minoría parece dispuesta y capaz de dimensionar la magnitud de los problemas, comenzando por el improrrogable del ecocidio, los problemas de disimetría en las relaciones norte-sur que llevan a las tres cuartes partes de la humanidad a pasar hambre, y terminando por la crisis axiológica; en definitiva, una crisis de identidad antropológica recorre la humanidad, la cual parece moverse entre el fatalismo y un vago irrealismo mientras da la espalda a los problema fundamentales. Entregado a cuestiones de estética superficial, parece que el ser humano, en suma, está perdiendo su capacidad de reacción, e incluso su instinto de conservación. Una reflexión para docentes, universitarios y profesionistas cultas y educadores.