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Durante la última década, los temas relacionados con la familia han pasado a ocupar el centro de la vida de lesbianas, gays y bisexuales de un modo que nadie hubiera podido predecir cuando Las familias que elegimos se publicó por primera vez. Se ha vuelto habitual ¿incluso por parte de algunos heterosexuales¿ preguntar a las parejas lesbianas: «¿Habéis pensado en tener hijos?». Las organizaciones de defensa de los derechos civiles se han volcado en los tribunales en un esfuerzo por lograr que «nuestras familias» sean reconocidas legalmente. Las ceremonias de boda se han convertido en parte…mehr

Produktbeschreibung
Durante la última década, los temas relacionados con la familia han pasado a ocupar el centro de la vida de lesbianas, gays y bisexuales de un modo que nadie hubiera podido predecir cuando Las familias que elegimos se publicó por primera vez. Se ha vuelto habitual ¿incluso por parte de algunos heterosexuales¿ preguntar a las parejas lesbianas: «¿Habéis pensado en tener hijos?». Las organizaciones de defensa de los derechos civiles se han volcado en los tribunales en un esfuerzo por lograr que «nuestras familias» sean reconocidas legalmente. Las ceremonias de boda se han convertido en parte integrante de los eventos por los derechos de las lesbianas, los bisexuales y los gays. El estudio de las familias homoparentales ha ayudado incluso a rehabilitar el parentesco como un tema válido en la investigación antropológica. Estos cambios tienen una historia y un hilo conductor de cambio social y de organización que atraviesa las páginas de Las familias que elegimos. A medida que el movimiento gay cobraba fuerza en los años setenta, apelaba a los homosexuales «de toda la vida» a que revelaran su identidad a la sociedad, o al menos a sus padres y parientes cercanos. «Salir o no salir del armario» se convirtió en un tema cotidiano. Ahora bien, encarar esa pregunta significaba considerar la posibilidad de que el vínculo biológico no fuera suficiente para determinar el parentesco o para hacer que éste perdurase. Aunque llegado el momento de la revelación, las personas difícilmente perderían a sus tías o abuelos, sabían muy bien que los lazos familiares podían verse dañados. El parentesco comenzaba a parecer más un problema de esfuerzo y de elección que un vínculo permanente e inamovible o un derecho inalienable. La muda sustancia de los genes, la sangre y los huesos debía transformarse en algo más. Y si este esfuerzo de transformación resultaba un fracaso ¿si la sangre resultaba ser más ligera que el agua¿, ¿por qué rechazar sin más el potencial de parentesco de otros vínculos sociales: el tejido solidario de la amistad, por ejemplo, un parentesco no biológico, o una relación gay seria?
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