Al día siguiente, Lucien hizo visar su pasaporte, se compró un bastón de acebo y tomó en la plaza de la rue d¿Enfer una silla volante que, por diez sueldos, le dejó en Longjumeau. En la primera etapa, hizo noche en el establo de una granja a dos leguas de Arpajon. Cuando hubo llegado a Orleáns, se sentía ya muy fatigado, pero por tres francos un barquero le llevó hasta Tours y durante el trayecto únicamente gastó dos francos en la comida. De Tours a Poitiers, Lucien anduvo durante cinco días. Cuando hubo dejado bastante atrás Poitiers, no tenía en el bolsillo más que cien sueldos, pero hizo acopio de fuerzas para continuar su camino. Un día que Lucien, sorprendido por la noche en una llanura, decidió vivaquear en ella, vio al fondo de un barranco una calesa que subía por una pendiente. Sin ser visto por el postillón, los viajeros y un criado instalado en el pescante, pudo acurrucarse en la trasera entre dos bultos y se durmió acomodándose lo mejor posible para poder resistir el traqueteo. Por la mañana, despertado por el sol que hería sus ojos y por un ruido de voces, reconoció Mansle, la pequeña ciudad en la que, dieciocho meses antes, había ido a esperar a madame de Bargeton con el corazón lleno de amor, esperanza y alegría. Viéndose cubierto de polvo y en medio de un corro de curiosos y de postillones, comprendió que debían de acusarle de algo; se puso en pie de un salto e iba a decir algo cuando dos viajeros que salieron de la calesa se lo impidieron: vio al nuevo prefecto del Charente, el conde Sixte du Châtelet, y a su esposa, Louise de Nègrepelisse.
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