La inmadurez del cerebro emocional de los niños puede dificultar la regulación de sus emociones y hacer que actúen de forma inadecuada. Los niños en esta etapa no tienen capacidad para dar un paso atrás ante una situación. Por sí solos, los niños no son capaces de canalizar sus emociones y pueden reaccionar violentamente gritando, pegando o mordiendo. El llanto y las rabietas son expresiones de emociones que les desbordan y que son incapaces de regular. Adoptar la respuesta adecuada a estas emociones desbordantes puede tener un efecto catártico, favoreciendo el desarrollo social y emocional del niño.
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