El libro analiza la "ética estadounidense del individualismo", es decir, la disminución del capital social, como obstáculo a la auténtica lucha de los empresarios sociales por implicar a las comunidades en la resolución de sus propios problemas. Basándose en los resultados de investigaciones anteriores que abogaban por la "participación" o el "colectivismo", el autor sostiene que los proyectos llevados a cabo para erradicar la pobreza entre las comunidades marginadas no logran alcanzar los objetivos deseados porque, la mayoría de las veces, las "mejores prácticas" o las "reformas" se "imponen" a las comunidades destinatarias, socavando así su propia capacidad. El autor critica duramente a las organizaciones extranjeras que financian proyectos en países del Tercer Mundo con exigencias inalcanzables o poco realistas. Se establece una comparación entre las organizaciones sin ánimo de lucro estadounidenses, que cuentan con numerosas fuentes de financiación, y las ONG homólogas de Kenia, que compiten por la financiación con el gobierno. La participación está evolucionando y es difícil de alcanzar para la mayoría de los empresarios sociales debido a las circunstancias locales o a las culturas imperantes. Sin embargo, es una herramienta importante para el desarrollo: ayuda a reducir la corrupción, refuerza el rendimiento y proporciona un entorno propicio para la reforma. La falta de participación genera sospechas y desconfianza.
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