Los pasos de Reinaldo amarran su corazón con nuestra historia. Chiapas y las tierras frías de Guatemala lo vieron nacer niño viejo y crecer hombre ladinizado pobre, fuera de los suyos y siempre cerca de todos. Entre guaros, cuchillos, ferias, putas y tamales Reinaldo nos cuenta cómo fue obligado a ser y cómo se forjó a sí mismo. Vamos a leer las historias del hombre hecho a golpes para ser hombre, del que fue enseñado a no llorar, a coger mula o mujer para tirar la basura que el macho lleva adentro; del que tiene las manos como riqueza, de quien no se avergüenza del hermano vestido con falda y güipil, medio raro y medio embrujado. Conoceremos a un arriero mil oficios que mira, siente, toca, oye y, a puro matarse como bestia, sabe y sabe mucho. Sabe de forjar hierro y muebles, de ser comandante, de estar en la cárcel, de ser caminero, de usar pico y pala; sabe del egoísta Dios de los catrines de Guatemala, del pasito suave y apretado de los indios, de las mentiras de los licenciados y del olor a huevo duro que nos deja el diablo. Reinaldo está curtido, pero es de miel su corazón. Esa dulzura es fuente de su amor a la gente. Y como está hecho de veredas y senderos, es todo oídos y pata de chucho en la memoria mesoamericana. Así, muestra la comunidad que la prisa capitalista nos ha matado y cautiva nuestra lectura con el ritmo musical de su voz que no usa bien la castilla, sino las letras que ya hemos olvidado. Los arrieros del agua inspira a sentir esa identidad de ser en paz con todos, de estar en la vida, de vivir ciudadano de la Vía Láctea, como lo imaginó su autor, Carlos Navarrete, al hacerlo caminar de noche bajo las estrellas. (Tania Palencia Prado)
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