Guillermo Meneses emprende en su última novela la culminación de su proyecto estético. Muestra la modernización y consolidación de Caracas como urbe cosmopolita. Esto constituye el telón de fondo para el despliegue de un regionalismo urbano de corte vanguardista que intenta una definición nueva de venezolanidad, recurriendo a un proceso mitificador que configura un espacio narrativo en el cual se expresa la defensa de sectores populares y sus roles protagónicos. En los bares de la mala vida y en la Sociedad de los Amigos de Dios, una comunidad de practicantes de los ritos mágico-religiosos asociados con María Lionza, el personaje de Meneses afirma haber descubierto la solidaridad y la bondad humana, una especie de antídoto para la tecnocracia burguesa. Hacia el final del artículo, se estudia este mismo componente en las obras de Carlos Noguera y de Renato Rodríguez, que empiezan a leerse como relatos posmodernos en los cuales se continúa desarrollando la composición de un cuerpo destinado a la vida de la urbe.