Desde el punto de vista de la teoría política, en las modernas democracias los medios de comunicación actúan como un contrapeso del poder político, en tanto actores sociales independientes. En la práctica, es fácil detectar complicidades y alineamientos entre las distintas elites en función de sus ideologías respectivas. Pero incluso puede ocurrir que, en su conjunto, las elites políticas y mediáticas lleven a cabo un cierre del universo discursivo, hurtando al debate público temas y argumentos que serían legítimos en democracia. Cuando esto ocurre, la libre concurrencia discursiva tan apreciada en los modelos democráticos liberales se convierte en una pluralidad ficticia. Limitada a ofrecer matices sobre un discurso dominante, excluye las alternativas cualitativamente diferentes, silencia las voces de quienes carecen del poder para tener el acceso a los discursos públicos. ¿Es esto lo que ocurre con los discursos acerca de la inmigración y el multiculturalismo en España? ¿Se limitan a debates sobre aspectos superficiales que no alteran el consenso fundamental de fondo? ¿O suponen, por el contrario, aproximaciones netamente diferenciadas?