Aún hoy, en las calendas de mayo, proliferan, reminiscencias peculiares de cosmovisiones arcaicas en las que las funciones de la "Gran Madre" (deificación panteísta de las capacidades matriciales de la tierra) y de las deidades celestiales (expresiones de los poderes fecundantes del Cielo), poseían un equilibrio que, en tiempos posteriores, era subversivo.Básicamente, derivan de un complejo ontológico ancestral, que la estacionalidad bien delimitada del ciclo vegetativo cataliza, convergiendo todos hacia un mismo objetivo: asegurar, de una manera u otra, la regeneración del Mundo y de la Naturaleza que lo encarna.Se expresan mediante representaciones, antropomórficas o no, que simbolizan los potenciales de fertilización de la naturaleza o los períodos de tiempo que los encarnan. Expresan ciclos sucesivos de existencia; no sólo dando forma a la Vida, sino también al Tiempo y al Mundo, que se regeneran interminablemente en ellos.Después de todo, en este complejo fertilizante y fecundante asociado a los ciclos de la Naturaleza, crucial durante milenios para la supervivencia de las sociedades que esperaban la abundancia deseada, no es sorprendente que tal diseño esencial se perpetúe, al mismo tiempo que cambia, en el tiempo y en el espacio, la vestimenta y las configuraciones.
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