Tras la caída del hombre, el mal entró en el mundo y distorsionó el sentido de todo lo que Dios creó bueno. El hombre, creado a imagen de Dios, se convirtió en un objeto comercial. La medicina, cuya vocación primordial era sanar y curar a las personas de su sufrimiento, se convirtió en el mercado humano. A lo largo de la historia, la medicina ha experimentado dos grandes revoluciones: la revolución biológica y la revolución terapéutica. Estas dos revoluciones han cambiado el paradigma de la práctica biomédica. La revolución biológica dio al hombre los tres amos: el dominio de la reproducción, el dominio de la herencia y el dominio del sistema nervioso. La revolución terapéutica concierne a la medicina o, más exactamente, a la ética de la aplicación de los recientes avances al tratamiento y la prevención de las enfermedades y a la ética de la investigación clínica. A pesar de los efectos beneficiosos de estos avances biomédicos, existen muchas consecuencias perjudiciales. La bioética cristiana no se opone a los avances biomédicos. Más bien señala las prácticas comerciales inhumanas que han sido consentidas por la profesión médica.
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