Desfilan por las páginas de este libro de José Machado, que era pintor, comentarios sobre los gustos literarios de Antonio Machado, sobre su admiración por su amigo Rubén Darío pero su preferencia por el modelo poético de Bécquer, sobre su amistad con Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Valle Inclán, Maeztu, Villaespesa, Ricardo Calvo y Antonio de Zayas... Descubrimos a un Antonio Machado entregado a sus manuscritos, escribiendo y corrigiendo hasta altas horas de la madrugada. Su mundo era su obra -como demostró en los años que pasó en Soria y luego en Baeza, y más aún durante la guerra civil- no era nada sin el mundo. Manuel en el otro bando y los años de guerra, la humillación de cruzar la frontera enfermos su madre y él... Los Machado fueron poco a poco arrojados al precipicio. El mérito, entre otros muchos más, de este libro es recordarnos que la tragedia de Antonio Machado es la tragedia de España. Sus "últimas soledades", son las que le impusieron a él y a los suyos -y, por tanto, a todos nosotros, hasta a quienes pertenecemos a generaciones posteriores- aquellos vencedores.
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