Quise amarla y no lo dije. Solo hoy supe cuánto. La dejé ir. Sencillamente así, como si no estuviese ocurriendo algo importante y las estrellas brillaran con idéntico fulgor. Maldita costumbre de silenciar el pecho que hace del hombre un triste hueso andante, un aprendiz de su propia humanidad que parece nunca va a acabarse pero que un día se va más rápida que el humo; y luego nadie sabe decir qué fue del triste hueso andante ni de la muchacha a quien quise amar y no lo dije.
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