DOÑA CONCEPCIÓN, asomada a la galería y mirando al jardín; después, un CRIADO y DON LORENZO. CONCEPCIÓN.-¡Esa criatura!... ¡Matilde!... ¡Matilde!... (Llamando.) No puede estar sin hacer daño. Cuando no es a las personas, es a los animales. Y si fuera una niña, tendría disculpa; todo niño es un salvaje en miniatura. Pero a su edad, ¡a los veintiséis años cumplidos!, no poder dominar ese espíritu de destrucción. Pues no puede. ¡Matilde! No me oye. Empeñada en descomunal batalla con mi pobre gatito, y persiguiéndole por todo el jardín, porque dice que se come los pajaritos. (Viniendo al primer término.) ¡Ay, qué cruz! ¿Cuándo encontraremos un ser misericordioso que se la lleve? CRIADO.-(Anunciando desde la galería.) ¡Don Lorenzo Tristán! CONCEPCIÓN.-Que entre. ¡Este hubiera podido ser el ser misericordioso que yo busco! Pero ella no quiso. Porque, eso sí, caprichosa, vanidosa y envidiosa como ninguna. (Entra DON LORENZO por la galería.) ¡Mi querido don Lorenzo!
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