Como el otro, yo quisiera poder ser: entre señores, señor, y allá entre los reyes, rey. Mas no puedo. Comprendo que siempre me falta o me sobra algo para estar adecuadamente entre las gentes. Aquí, por ejemplo, delante de mi novia, delante de mi Inés. ¿Me sobra? ¿Me falta? No lo sé. Probablemente, ambas cosas a un tiempo. Me falta un poco de vergüenza, y me sobra este ansioso pensar en mí... señora de esta noche. Tengo prisa. Tengo verdadera impaciencia por oir las siete y porque se acabe este té. Un coche. Jala me estará esperando. Estará encendida la chimenea de leña en mi salón, y la mesa. Me distraigo. Háblame mi novia, y pienso en Jala. Jala debe de estar allí desde hace media hora. La mesa y la lumbre, elegantísima, alzadas quizá las sedas de sus faldas para calentarse mejor los pies tendidos hacia el fuego. Juraría que se aburre, que bosteza, y que está tirada atrás en el respaldo, sin haberse quitado aún la suelta capa turca, color fresa... ¡Cómo sabe que es rubia, la ladrona!
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