Estamos hechos de palabras, somos una construcción en la cual participamos, nos dan, en parte, nuestra identidad unas narraciones que encontramos hechas y también elaboramos otras y mediante nuestras decisiones diarias formamos nuestra identidad y construimos nuestro mundo; todo esto que afirmo es algo que diversas corrientes de la filosofía, la educación y la ciencia nos ratifican con fuerza intelectual. Lo leí hace décadas, sin entenderlo, en un filósofo alemán, quien en su Carta sobre el humanismo dice con una sencillez muy inglesa: El lenguaje es la casa del ser. Por ello las lecturas que hacemos con interés y pasión nos dan tejido vital, nos forman, nos articulan, nos dan una urdimbre de palabras y referencias. Mi experiencia de lector no es muy basta, es intensa y concentrada. Creo que este punto vale discutirlo, sobre todo en momentos en los cuales, nos cuentan los expertos, se produce en horas más información de la que un lector voraz del siglo XIX podría asimilar en todauna vida. Ningún experto en Platón hoy está en posibilidad de estar al tanto de las tesis doctorales que sobre el pensador se hacen en cinco años en el planeta.