Se habla constantemente de motivación. Curiosamente, esta omnipresencia sólo se ve igualada por la vaguedad con la que se suele evocar. Es como si todo el mundo estuviera convencido de que se trata de un elemento esencial, pero no supiera cómo describirlo más allá de términos vagos y genéricos. No se niega la importancia de la motivación. Los directivos saben que es responsable de pérdidas considerables, del fracaso de una fusión de cada dos. Pero también es la fuente de la fuerza de las estrellas ascendentes. Es lo que sustenta el modelo de éxito de los grupos de renombre mundial, e insiste en su carácter central para el rendimiento y el éxito a largo plazo del capital humano. Con todo, la cuestión de la motivación no puede satisfacerse ni tratarse de manera total y definitiva, dado que el hombre en su universalidad es polifacético y la satisfacción de una necesidad lleva necesariamente al nacimiento de otra, sobre todo en esta época de revolución industrial 4.0. Un estudio realizado por la Universidad de Warwick demostró que los trabajadores que no estaban motivados eran 10 veces menos productivos que los demás, y que se desperdiciaba el 47% del presupuesto de la empresa.
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