Las catedrales del alma aman a un Dios inocente. Qué leve amor el poniente cuando sin ángel ni calma, es tu mirada en la palma de mi mano un talismán. Lluvia de azules que van cifrando de luz la noche. No hay júbilo. No hay derroche. Solo amores que se van. Ven y búscame desnudo como nadie aún me ha visto. Solo así sabré si existo o si se ha quedado mudo el corazón. Hazme un nudo de idilios en la mirada. Eres todo: cumbre, hada que mi ventura eterniza. Beso que llega y sin prisa me salva cuando soy nada.
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