En el estado de naturaleza, el hombre lleva una vida relativamente pacífica, porque la libertad y la igualdad son inherentes a su naturaleza. Sin embargo, no tiene ninguna relación con sus semejantes. Sin embargo, Rousseau le concede la cualidad de la autoperfección: la perfectibilidad. Es en virtud de esta perfectibilidad que el hombre pasa progresivamente de la animalidad a la humanidad, es decir, de la dispersión a la vida grupal o sociopolítica. La perfectibilidad asegura así la adecuación entre el estado de naturaleza y el estado político y denota que el orden natural es mutable. Así, la humanidad se juega en la vida en sociedad. Sin embargo, la propia sociedad lleva las semillas del conflicto. Todos los males son realidades sociales y no naturales, porque la sociedad no es natural. Pero, ¿es esta situación inmutable? La respuesta de Rousseau es no. Porque, sobre la base de un contrato social racional inteligible para las prerrogativas humanas ante-políticas, el hombre puede cambiar el orden social. Desde este punto de vista, el pensamiento político de Rousseau no es obsoleto, sino que nos ofrece herramientas conceptuales capaces de emancipar a la sociedad de cualquier orden político arbitrario.
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