Nuestra contemporaneidad se nos muestra descarnadamente en una suerte de neurosis colectiva asfixiada por la tóxica omnipresencia de una racionalidad meramente instrumental y que no deja hueco o falla para la crítica. Espejo cruel, miserable e inmisericorde la atalaya de la razón instrumental neoliberal contempla el mundo desde los mismos intestinos no críticos con la ¿naturalezä del mercado. Si las acciones empáticas y comprometidas políticamente producen aversión y repugna por parte de un modelo colonizado y sublimado alrededor del consumo, desarrollar tanto la genealogía del modelo, como pensar posibles escenarios esperanzadores o prometeicos no es un ejercicio de futilidad o nihilista, sino que representa la urgencia de nombrar, para obligarnos, al menos, a concebir sistemas alternativos, y escapar de las falsas retóricas escépticas que nos impelen a reducir todo acontecimiento histórico o político a una abstracción reductora con el simple mantra e que todo lo que esté fuera del centro discursivo del consumismo como centro existencial civilizatorio es extremismo y, por lo tanto, descartable y repugnante.