Cuando nos piden que pensemos en filósofos, podríamos recurrir en primer lugar a los grandes Tales de Mileto, Sócrates, Platón y Aristóteles; quizá pensaríamos en los medievales como San Agustín de Hipona, Severino Beocio y Santo Tomas de Aquino; posiblemente en los idealistas alemanes como Kant, Fichte, Schelling o Hegel; o en las mujeres como María Zambrano, Hiparquia, Simone de Beauvoir, Harriet Taylor Mill, o mi favorita, Hannah Arendt; también podemos pensar en los filósofos hechos en casa, o sea los mexicanos, como Alejandro Rossi, Emilio Uranga, Luis Villoro, José Vasconcelos, Guillermo Hurtado, Leopoldo Zea; también puede que pensemos en los filósofos de izquierda más importantes, como Marx Engels o Feuerbach; los alemanes incomodos como Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger y en muchos otros filósofos importantes, pero difícilmente pensaríamos que un grupo de niños de primaria, en las periferias del municipio de Guadalupe, en el estado poco poblado de Zacatecas, México, tendrían la posibilidad de cuestionar la realidad del mundo y ser llamados filósofos.
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