Es febrero de 1987. Centro América continúa siendo el ajedrez en el que Estados Unidos y a Unión Soviética mueven las piezas de la Guerra Fría. En medio de esa coyuntura, organizaciones de derechos humanos norteamericanas denuncian que la administración Reagan "corrompe al gobierno y al proceso democrático de Honduras". El presidente José Azcona, que no se anda por las ramas, responde. "Ese tipo de acusaciones son totalmente descabelladas y puras tonterías". Apenas unas horas después, el mandatario hondureño llamó visiblemente molesto a la embajada estadounidense acreditada en Tegucigalpa, para reclamar sobre las declaraciones de varios congresistas del Partido Demócrata en relación a la presencia de los Contras en Honduras.
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