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ROSA Haced alto en el llano desa falda que Manzanares pinta de esmeralda; ligad esos cristianos a esos troncos, cesen los parches de quejarse roncos al eco más vecino de los azotes del porfiado pino; aqueste es Manzanares, aquel río que de las sierras de Castilla frío baja a Madrid tan quedo, que se conoce que me tiene miedo; Branigal, un arroyo que recrea a Branigal su convecina aldea, se entra, renglón de plata, en Manzanares, y Manzanares en Jarama y Nares, y todos tres por uno y otro atajo, porque es nuestro, le dan tributo al Tajo. Aquella puerta que de aquí se advierte, cuya muralla…mehr

Produktbeschreibung
ROSA Haced alto en el llano desa falda que Manzanares pinta de esmeralda; ligad esos cristianos a esos troncos, cesen los parches de quejarse roncos al eco más vecino de los azotes del porfiado pino; aqueste es Manzanares, aquel río que de las sierras de Castilla frío baja a Madrid tan quedo, que se conoce que me tiene miedo; Branigal, un arroyo que recrea a Branigal su convecina aldea, se entra, renglón de plata, en Manzanares, y Manzanares en Jarama y Nares, y todos tres por uno y otro atajo, porque es nuestro, le dan tributo al Tajo. Aquella puerta que de aquí se advierte, cuya muralla fuerte a la media región del aire llega, es la que llaman Puerta de la Vega; esta playa, que besa el cristal frío, es una tela que tramó el estío con distintos colores, de un verde raso que es raso de flores; Manzanares humilde pone coto a esa tela florida y a ese soto; y yo desde Toledo desta suerte, para vengar de Aben-Jucef la muerte, mi ya perdido hermano, contándole su muerte al aire vano, vengo a vengarle con valor impío en los troncos, que son hijos del río, en las aves que pueblan todo el viento, en los peces que cría ese elemento, y en el que halláre caminante errado, desierto a mi piedad por el poblado. En esta isla (¡oh pese a mi tardanza!) rompió la de su pecho errada lanza, que no le hubiera muerto hasta que le buscara con acierto; como villanas, esas verdes plantas de su coral tiñeron las gargantas; aquel eco, que nunca la voz deja, repitió las razones de su queja; pues aves, prado, monte pasajero, han de asustarse al golpe de mi acero; vegas, flores y plantas, eco y río, la ira han de temer de mi albedrío; y pues que Rosa soy, la valerosa, teman de las espinas de la Rosa.
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