Este escrito se centra en los diversos peligros y atrocidades que el autor, todos los ruandeses y especialmente las víctimas aquí mencionadas pasaron desde las repúblicas precedentes hasta el clímax de los cien días del genocidio de 1994 contra los tutsis. Abarca la historia de las desafortunadas vidas, incluyendo la huida de padres e hijos del país, el maltrato de los niños en la escuela, el despido de empleados tutsis, incluyendo a Rudahunga Aaron y sus contemporáneos, del servicio público y privado, hasta sus horribles muertes entre abril y julio de 1994. Todo esto ocurrió mientras no se les acusaba de ningún delito. Peor aún, sus verdugos eran a veces sus conocidos, vecinos, personas a las que habían hecho el bien en más de una docena de ocasiones.
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