En nuestro mundo, la visión ha disfrutado de la primacía otorgada por la entronización orgullosa de los ojos en la parte frontal y elevada del rostro. Ha recibido la atención y el tratamiento de nobleza que merecen los sentidos que acercan el futuro que viene por delante. Por el contrario, los oídos se han mantenido siempre al costado, invisibles. Han prestado atención a las márgenes del mundo que sólo entrevemos por el rabillo del ojo. Frente al privilegio de la mirada, su misma ubicación lateral ha querido ocultar su importancia. Este libro quiere compensar la pobreza e injusticia de este hecho. Eso exige ser buen hermeneuta: agudizar el oído y saber que llevar una palabra a la boca no es utilizar una herramienta que, si no sirve, se lanza a un rincón. Hablar o escribir es situarse en una dirección de pensamiento que viene de lejos y desborda.