Hay momentos que sientes un deseo irrefrenable de derramar todo lo que llevas dentro. Al mismo tiempo experimentas la impotencia de no poder ni saber cómo hacerlo. Necesitas una fuerte razón que te impulse, pero no te atreves o sientes miedo. Desistes o te invade la tentación de resignarte. Sin embargo, experimentas que la idea se mantiene, que te inquieta cada día, y de repente, empiezas a caminar, te sientes llevado, atraído y todo el rompecabezas de tu vida empieza a tener sentido. Experimentas que Dios está contigo, o al menos sientes que te lleva de su Mano. Y tú, sorprendido, quieres y te dejas llevar. Empiezas el camino y esta humilde piedra que ahora quizás te atreves a leer es uno de esos frutos que Él ha querido que yo cultive.
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