MATILDE: ¡Ah, príncipe de Taranto! ¡Próspero, señor, mi bien! Espera, el paso deten. o anegaráte mi llanto PRÓSPERO: Siendo el desengaño tanto, ya mi sufrimiento pasa, por mas que tu amor me abrasa, las leyes de mis desvelos; mas ¿cuándo huyeron los celos que no volviesen a casa? ¡Ingrata! ¿Qué es lo que quieres? ¿Para qué a voces me llamas? Cuando a don Íñigo amas, ¡finges que por mi te mueres! Terribles sois las mujeres, pues a la sombra imitáis, y como ella, cuando amáis, leves, del que os sigue huís. Al que os desprecia seguís, al que os adora engañáis. Si el alma a un español das, ¿por qué en mí tu amor ensayas? MATILDE: Injúriame, y, no te vayas. Poco has dicho, dime más. Mientras que presente estás, tengo vida; y solo el rato que ausente mi amor retrato, no hay para mi mal paciencia. Compre a injurias tu presencia mi amor, que lance es barato. ¿De qué estás, mi bien, quejoso? ¿Quién ha podido ofenderte? Que puesto que vivo en verte amante cuanto celoso, como pende mi reposo del tuyo, aunque así aseguras la fe que en celos apuras, si hace el gasto tu pesar. No pretendo yo comprar a tu costa mis venturas.
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