La malaria, una grave enfermedad parasitaria transmitida por los mosquitos Anopheles, está causada por varias especies de Plasmodium, siendo P. falciparum y P. vivax las que suponen una mayor amenaza. Aunque la mayoría de las infecciones no presentan complicaciones, un pequeño porcentaje evoluciona a un paludismo grave, caracterizado por alteraciones en el perfil de las células inmunitarias y un aumento de los niveles de citocinas. El paludismo grave por P. falciparum se asocia a una elevación de las citocinas plasmáticas, linfopenia de células T y deterioro de la función de las células T. El objetivo del tratamiento es restablecer el equilibrio de las células inmunitarias, especialmente las CD3+, CD4+ y CD8+. La inmunidad protectora implica células T CD8+ y citocinas como IFN-¿ y TNF, mientras que las células T CD4+ combaten los parásitos eritrocíticos mediante la secreción de citocinas y la activación de macrófagos. Las células T reguladoras también desempeñan un papel, lo que pone de relieve la importancia del equilibrio de citocinas en la malaria. Además, factores como la afinidad al antígeno influyen en la diferenciación de los linfocitos T helper, afectando a las respuestas inmunitarias a la enfermedad.
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