Las plantas están bien equipadas para defenderse de la mayoría de los factores bióticos y abióticos dañinos. Como respuesta coevolutiva, las plantas han adquirido la capacidad de reconocer a los patógenos virulentos en las primeras fases del ataque y contrarrestar una respuesta de defensa adecuada. Un ejemplo bien conocido de este tipo de defensa coevolucionada de las plantas es la "inmunidad desencadenada por efectores" (ETI), que permite a las plantas reconocer la presencia o la actividad de efectores patógenos específicos. La ETI requiere genes resistentes (R) en la planta huésped que pueden hacer avirulentos a patógenos virulentos específicos. Aunque la ETI proporciona inmunidad total contra patóvares seleccionados de patógenos biotróficos, las cepas avirulentas están bajo constante presión selectiva para evolucionar nuevos efectores que ya no son reconocidos o que pueden suprimir la ETI. En consecuencia, la protección contra la enfermedad mediante genes R únicos no siempre es sostenible (Boyd, 2006).
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