[.] Traspasadas las puertas de un nuevo siglo que se anuncia estupefaciente, sedante y peligrosamente homogeneizador, el cine de ¿vankmajer ofrece una lección única, una iluminación con que alumbrar los oscuros milenios venideros: la necesidad de que el espectador despierte y asuma su propio trabajo, su propia entidad creadora, manipulando selectiva y ritualmente los elementos de la creación cinematográfica (y por extensión artística) que se le ofrecen, para articular así su propio dominio de los materiales con que el cine y los medios tantas veces pretenden dominarle. La creación de un espacio en el que la naturaleza del cine se rebela (y revela), por intermedio del propio espectador, para transformarse en «otra cosa»: en mitología, en viaje, en memoria táctil, en brujería, en sueño, en magia, en archivo akásico de una civilización quizá moribunda. Si el espectador (más aún el que osadamente se erige en crítico) no toma conciencia como Artista y no controla y manipula el material que se le ofrece, este material le controlará y manipulará siempre, convirtiéndole en pelele de un mundo feliz. Si, por el contrario, es capaz de reaccionar y elevar su sentido de la visión, su condición de testigo y espectador, hasta equipararse con la del creador o creadores que le ofrecen sus obras, habrá despertado. Será un conspirador del placer. Y, como tal, habrá de asumir el riesgo. Los sueños son siempre algo más que sueños. [Extracto de la introducción de Jesús Palacios]
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