Cada vez más, el "hombre lobo", descrito por Thomas Hobbes en el Leviatán, es una triste realidad. Porque ya no es una simple perogrullada afirmar que los espacios geográficos son presa de todo tipo de violencia. Pero ¿cómo no entender este estado de cosas si no se considera al otro como un ser separado y distinto que tiene su parte y que tiene los mismos derechos que uno mismo? A decir verdad, en el corazón de las inestabilidades sociales, hay un fondo de identidad, que se disemina en la temporalidad existencial. Si hemos llegado a este punto, es precisamente porque el hombre no parece ser capaz de vivir con la ética de la hospitalidad y la diversidad. Esto provoca verdaderos problemas de adaptación en torno a los cuales se reúnen filósofos, sociólogos, historiadores, geógrafos y políticos para intentar, cada uno según su competencia, encontrar una solución que erradique, o al menos contribuya a contener, los choques que esto provoca. Naturalmente, si miramos de cerca esta realidad, nos damos cuenta de que "Si la violencia es un problema para la filosofía, es porque su desencadenamiento niega los poderes de la conciencia y del lenguaje
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