Los relatos históricos muestran que la llegada del colonialismo y el aumento de la interacción entre europeos y africanos incrementaron exponencialmente el interés de algunos antropólogos, historiadores y filósofos occidentales por explicar la realidad de las sociedades africanas. Sin embargo, sus interpretaciones estaban cargadas de idealizaciones subjetivas y posturas pseudocientíficas que dieron lugar a una representación prejuiciosa de los pueblos africanos y sus cosmovisiones. Estos escritos siguieron marcando el pensamiento occidental sobre África, incluso después del final formal de la colonización. En otras palabras, el pensamiento predominante era que los africanos, sus valores y sus prácticas culturales eran incompatibles con el desarrollo y la preservación de la dignidad humana, y que la implicación de Occidente era necesaria para lograr el bienestar de este continente. Esta infravaloración de la capacidad intelectual y productiva de los africanos se utilizó como elemento ideológico para justificar la aniquilación de las estructuras organizativas endógenas (africanas), en sus múltiples dimensiones: económica, cultural, política y educativa, en favor de estructuras organizativas exógenas (occidentales).
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