Es probable que una sensación de absurdidad onírica se apodere del lector cuando se adentre en la lectura de Pesadillas de cenas indigestas. También apostamos a que cuando finalice este alucinante viaje por las autopistas del subconsciente el lector deteste para siempre el queso fundido y no lo contemple como posible cena nunca más. Aprenderá a sospechar de los amigos que lo inviten a tomarlo, además. Aprenderá que el infierno está hecho de queso e insomnio.
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