Valiosas obras de arte africanas, supuestamente saqueadas por la potencia colonial, son a menudo reclamadas, con razón o sin ella, por sus antiguos propietarios para que sean devueltas al continente. La pregunta que queda sin respuesta es si se conservarán allí intactas, ya que están en manos de sus nuevos amos. Sin embargo, la mediocridad que asola Gondwana, desde las sartenes de hierro fundido hasta los utensilios domésticos, nos lleva a apostar que primará la destrucción sobre la conservación. Las posibilidades de que estas obras tan codiciadas estén a salvo del destructor una vez que cambien sus gestores son muy escasas. Existe el riesgo de que corran la misma suerte que las tumbas y mausoleos de Tombuctú. En lugar de todos estos documentos silenciosos y otras obras de valor que serán devueltas a sus amos naturales, sugiero que los buenos conservadores que durante tanto tiempo han custodiado todas estas posesiones guarden en sus bibliotecas el arte oral africano que transmiten los proverbios, máximas y sentencias recogidos en este libro, en un momento en que sus usuarios originales se contentan con una cultura que es mitad higo y mitad uva, o bien ni higo ni uva.
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