Alex, hijo mío: tus sueños me devolvieron el mar, el idilio y la esperanza que había extraviado. Fue así que regresé a la vida. Yo también, como tú, he muerto de soledades, aguaceros, nostalgias y desamores. Padecí el exilio del poema, de los abrazos fúlgidos y de mí mismo. Iba a partir sin haber escrito la gestación del alma. Pero tu donaire, ah, hijo mío, esa magia inasible con sabor a mar que aún salva y redime al mundo, me trajo de regreso para seguir amándote ya para siempre en los abrazos fúlgidos.