Quedan la natalidad, el pensamiento y el amor. Pero los niños se dice (Lyotard) nacen muertos o, mejor, mueren pronto; es el fin de la infancia, esto es, el fin de la familia y de la escuela como lugares naturales para la maduración de lo propiamente humano. Ahora con los niños es como con los muertos (los adultos sin autoridad, banales y sin atributos); unos y otros son simples seres arrojados a la playa de la existencia con cada oleada de novedad; meros casos del desnudo eso salido de la interminable cascada de cosas paridas por la nada. Pero, ¿en verdad, el impulso creativo ha sido reducido a ese procreativo, natural y desiderativo, vital y narcisista? ¿Es cada recién nacido el lugar al cual llega y del cual se va la vida; el escenario de una obra en la cual ? Ciertamente, las condiciones de la vida contemporánea amenazan seriamente el tiempo de la infancia y sin él los niños quedarían privados de experiencias fundacionales: la curiosidad inquiriendo a la tradición, el deseo exigiendo ser fraguado en el molde de la norma por el ejemplo, la angustia poniendo a prueba el amor de los hombres.