¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? Estas preguntas acompañan al hombre desde el principio, desde cuando aprendió a reflexionar y comenzó a preguntarse sobre el sentido de su existencia y sobre su identidad. Sin responderlas, el hombre nunca sabrá quien es. Casi toda la historia del pensamiento humano testifica que, tanto la fuente de la existencia humana, como el objetivo de ésta, fueron vinculados casi siempre con Dios (o deidades). A través de ello el hombre expresaba una fuerte convicción de que su ser es algo más que una simple materia que lo rodea, y su objetivo definitivo trasciende lo que se puede ver y tocar. Los últimos dos siglos fueron acompañados por el acelerado desarrollo de la civilización. Cualquier observador podría esperar que esto debiera conllevar también el florecimiento del pensamiento respecto a la identidad humana. Sin embargo no sucedió nada de eso. El hombre de hoy decidió liberarse de Dios para poder construir su propia grandeza sin ningunas limitaciones. Mientras tanto en vez de elevarse, comenzó a hundirse.